El Estanquillo y La Esmeralda, joyas del México moderno

Sin lugar a dudas, uno de los lugares más emblemáticos y transitados de la Ciudad de México, es la calle de Francisco I. Madero del Centro Histórico. Ahí, a lo largo de su calzada se encuentran edificios que han visto y sentido el desarrollo de nuestro país a través de sus procesos económicos, sociales y culturales.

En la esquina de Madero e Isabel La Católica, se erige uno de las construcciones más importantes del México del siglo XIX, La Esmeralda, cuyo espacio es testigo de la convulsión y la transformación de nuestra nación a lo largo de tres siglos.

Inaugurado por Porfirio Díaz en 1892, albergaba la joyería más importante del país, La Esmeralda Hauser-Zivy, la cual, era visitada por la clase alta de la sociedad mexicana que compartía el gusto por las corrientes artísticas europeas de finales de siglo. La fascinación por el antiguo continente quedó plasmada en su fachada con elementos neoclásicos, algunos toques del barroco francés y en el interior el estilo art nouveau.

La promesa de un México moderno durante el porfiriato, catapultaron la creación de edificios emblemáticos en el primer cuadro de la Ciudad. Desde este punto se buscaba integrar los beneficios de una sociedad cosmopolita. Sin embargo, los fenómenos sociales de inicios del siglo XX, traerían el principio de retomar las raíces y orígenes de los mexicanos como plataforma del desarrollo cultural y social de nuestro país.

Durante este nuevo siglo, La Esmeralda, atravesaría varios cambios que marcarían para siempre el rumbo de la edificación. Durante la década de los 60, funcionaría como oficina gubernamental; de 1970 a 1980 fue la sucursal del Banco del Valle y del Banco Minero Mercantil; en la época de los 90, sería ocupado por la discoteca La Opulencia.

Para revertir el deterioro del inmueble y adaptar los espacios a las necesidades de un nuevo museo, en 2003, el Fideicomiso del Centro Histórico en colaboración con el Instituto Nacional de Antropología e Historia y la Fundación del Centro Histórico de la Ciudad de México, llevaron a cabo el proyecto de restauración.

Sobre la calle que alguna vez se llamó Plateros y que el mismo Pancho Villa cambió de nombre a Francisco I. Madero, el edificio ha vuelto a encontrar el esplendor que le hizo ganar su fama. Ha dejado atrás el brillo de la joyería, para dar espacio a uno de los museos más entrañables de la ciudad: el Museo del Estanquillo.

Es aquí, en el centro neurálgico de la nación donde el escritor y cronista de la ciudad, Carlos Monsiváis, dejó un legado de 20 mil piezas que permite apreciar distintas perspectivas y concepciones sobre la vida política, social y cultural de México a lo largo de su historia reciente.
El Museo del Estanquillo abrió sus puertas el 23 de noviembre de 2006.